terça-feira, 6 de janeiro de 2015

¿Cómo decirle al pobre que Dios lo ama?


 

 Soy un convencido de que no hay compromiso con los pobres –en realidad con nadie– si no tenemos amigos entre los pobres. La amistad personal es capital en la opción por los pobres. No es un compromiso contra la pobreza simplemente. Es un compromiso con los pobres que nos mueve a estar en contra de lo que 
les provoca sufrimiento

Entrevista a Gustavo Gutiérrez
 
Gustavo Gutiérrez Merino nació en Lima, Perú, y en su juventud vivió en los barrios pobres de la sociedad limeña, donde tuvo el primer contacto con este segmento marginado de la sociedad. Estudió en la Facultad de Medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos entre 1947 y 1950, con la esperanza de ser psicólogo. Sin embargo, decidió que quería ser sacerdote y entró en el seminario de Santiago de Chile. Su trabajo como estudiante prometía mucho y, de acuerdo con las costumbres del día, fue enviado a Europa para complementar y proseguir con sus estudios de posgrado, dándole la oportunidad de estudiar en Bélgica, Francia y Roma antes de ser ordenado sacerdote católico en 1959. Cursó estudios de especialización en Lovaina y en Lyon. Fue asesor nacional de la UNEC (Unión Nacional de Estudiantes Católicos) y profesor de Teología Dogmática y de Ciencias Sociales en la Universidad Católica de Lima.

Actualmente, Gustavo Gutiérrez es considerado como el iniciador de la llamada Teología de la Liberación. Su obra se presenta como una crítica del estado de pobreza y de esclavitud del pueblo latinoamericano y revaloriza teológicamente los esfuerzos de liberación que se llevan a cabo en dicho Continente. Su obra La teología de la liberación (1971) ha sido traducida a varios idiomas. Cuenta, además, con otros libros de profundo impacto social, como son Teología desde el reverso de la historia (1977), La fuerza histórica de los pobres (1982) y, el más reciente, Pobre y para los pobres. La misión de la Iglesia (2014) escrito a la par con el cardenal Gerhard Müller.
Gustavo Gutiérrez nos habla sobre la perspectiva que tiene de la teología como acción pastoral.
Vida Pastoral: ¿En qué sentido la acción pastoral es un aliciente para el pensar teológico?
Gustavo Gutiérrez: Porque me parece que toda teología debe estar orientada al anuncio de la Palabra. Es en función de la predicación –en el sentido más amplio y profundo del término– que reflexionamos sobre la fe. La teología no es una metafísica religiosa, no es un trabajo individual, sino que se hace al interior de la comunidad cristiana y al servicio de su misión que es anunciar el Evangelio. La tarea misma del anuncio del Evangelio –que es lo que llamamos pastoral, en esta imagen rural– es muy provocadora. Algunas de las cosas que he podido trabajar, por ejemplo el libro de Job, me vienen justamente del trabajo pastoral: el sufrimiento del inocente, que no tiene una explicación fácil: ¿por qué un inocente sufre? El sufrimiento en general es muy difícil de comprender. Pero cuando digo “difícil de comprender” quiero decir que la fe, más que resolver una cuestión filosófica sobre el sufrimiento, sobre el mal, es más bien una manera de vivir con eso, teniendo como marco el amor gratuito de Dios. ¿Por qué, como muchos otros, me puse a trabajar en la elaboración de un libro de Job? Su tema es la gratuidad, el amor gratuito de Dios que ni siquiera esa terrible experiencia –el dolor– lo elimina.
Vida Pastoral: ¿Nos cuesta mucho, desde ciertas estructuras pastorales, hacer la experiencia de la gratuidad? ¿Cómo debe entenderse la gratuidad en medio de las estructuras pastorales?
Gustavo Gutiérrez:  La Iglesia está formada por un conjunto de hombres que tienen la gracia y al mismo tiempo son pecadores: esto es una viejísima idea. Sin embargo, testimonios de la gratuidad de Dios los hemos tenido a lo largo de la historia de la Iglesia y en los últimos tiempos muy claramente en la Iglesia latinoamericana. Testimonios impresionantes. Pero también hemos tenido contra-testimonios, intencionales o no, de ciertas manipulaciones de la fe cristiana para justificar intereses personales o de grupo. Ambas cosas están presentes. Creo que la gratuidad no es una dimensión más. Es el corazón del mensaje evangélico y del mensaje bíblico en general. Dios no nos ama porque somos buenos sino porque él es bueno. Y si nosotros debemos ser como él, pues tanto mejor. El amor de Dios está presente en toda persona, incluso en quien rechaza o cree rechazar ese amor gratuito de Dios. Pero no se trata de una cosa puramente “religiosa” o “espiritual”. Ser amados gratuitamente es una de las aspiraciones humanas más profundas. Todos queremos ser amados gratuitamente. Más aún: tenemos miedo de que nos quieran por nuestros méritos, porque sabemos que nuestros méritos, intelectuales, espirituales, físicos, van a desaparecer, y tenemos miedo que ya no nos amen. La aspiración más profunda es ser amado por nosotros mismos, no porque lo que seamos capaces de hacer o por lo que tenemos. Entonces la gratuidad se convierte en algo muy profundo. La liturgia no es otra cosa que algo gratuito, por eso es que se expresa con signos. Pero gratuito no significa arbitrario. Es aquello que sale espontáneamente de una persona; es un amor hacia otra persona, no exactamente por sus méritos.
Vida Pastoral: ¿La Iglesia ha dado pasos para convertirse a esa gratuidad y ser instrumento de ella?
Gustavo Gutiérrez:  Sí. De lo contrario no podríamos comprender aquello que es tan importante en la Iglesia y en la teología que hemos hecho en América Latina, es decir la opción preferencial por el pobre. El fundamento último, se puede decir, es el amor gratuito. No hay que amar a los pobres porque son mejores que otros –son seres humanos, y por lo tanto la gracia y el pecado cruzan sus corazones–, sino porque Dios los ama gratuitamente, y no por sus posesiones o méritos. En Puebla, el documento que es “opción preferencial por los pobres”, se dice varias veces que la Iglesia tiene que convertirse a esta opción. Cuando se habla de convertirse, en sentido bíblico, no se quiere decir que antes no se haya hecho nada. Ocurre que es algo permanente. Y hay, naturalmente, cristianos que nos recuerdan esa gratuidad. Los mártires en América latina –Romero, Angelelli, los jesuitas de El Salvador, los catequistas de Honduras– son testigos de ese amor gratuito de Dios y alimentan nuestra fe y nuestra esperanza.
Vida Pastoral: Apoyándote en Bartolomé de las Casas, te gusta hablar en tus obras de América Latina como el continente de la “muerte temprana”. Desde allí defines la misión de la Iglesia como la de anunciar al Dios de la vida en medio de esa muerte. ¿Qué podrías decirnos sobre ello?
Gustavo Gutiérrez:  Creo que la pobreza, en última instancia, es muerte. Y es bueno recordarlo porque a veces la pobreza parece un problema “social” que se limita a ser atendido por los organismos de las Naciones Unidas, el Banco Interamericano de Desarrollo, la FAO, la OMS… Lo que quiero decir es que la pobreza no se reduce a eso. En última instancia es muerte, muerte temprana y muerte injusta. De ahí esa cita de Bartolomé de la Casas que recuerdas. Él tuvo la intuición de ver lo que le sucedía a la población autóctona de este Continente: estaban muriendo antes de tiempo. Y morían de varias maneras: muerte física, muerte cultural, razas despreciadas, la condición femenina considerada como inferior (formas de matar a quienes forman parte de estos sectores). Y es por eso que hemos ido tanto en la reflexión latinoamericana a hablar de un Dios de la vida, que es, además, el don gratuito por excelencia: si estamos en vida es porque no hicimos nada antes. Nuestra vida comienza por la gratuidad. La resurrección, jamás llamada “milagro”en la Escritura, es la victoria definitiva sobre la muerte. Si somos testigos de la resurrección, es que anunciamos a un Dios de la vida. Y cuando digo “vida” me refiero a todas sus dimensiones: material y espiritual. Insisto en ello porque a veces en un contexto cristiano hablamos de la vida “sobrenatural” como si fuera lo único. En realidad, si es sobrenatural, y si no tuviera lo natural, se quedaría sin sustento. La vida física misma es un don del Señor. La gran pregunta en América Latina es ¿Cómo anunciar al Dios de la vida en un continente marcado por la muerte? También por la muerte que es la indiferencia y el egoísmo de quienes ven que una gran parte de esta población vive en condiciones inhumanas... Una de las cosas más graves de los últimos años es que la distancia entre sectores ricos y pobres es cada vez mayor. Proporcionalmente, los pobres son más pobres ahora. Y por pobreza no entiendo únicamente la dimensión económica; creo que los elementos culturales, raciales y de género son dimensiones de la pobreza. De allí que hablemos del pobre como del “insignificante”. No porque haya seres humanos insignificantes ante Dios, sino porque el pobre es “insignificante” ante la sociedad. Y la indiferencia frente a eso es también una forma de muerte. Ésa es la gran pregunta: ¿Cómo decirle al pobre que Dios lo ama? Porque la vida del pobre parece ser la experiencia del no-amor, porque no es respetado en tanto que es persona. Y nosotros cristianos estamos llamados a decirle al pobre que Dios lo ama, y que lo ama preferentemente. En mi parroquia yo trabajaba con la hipótesis (a veces expuesta en mi predicación dominical) de que un día alguien levantará el brazo y me dirá: “Usted es un gran humorista. Cada domingo nos dice que Dios nos ama, más aún, que nos ama en primer lugar, preferentemente, y usted ve cómo vivimos nosotros…”. Me ayudaba pensar en esa ficción para tener un lenguaje un poco más concreto y saber que no tengo una respuesta total a esa pregunta. Porque si no formalizamos todo nos llenamos de palabras: “¡Dios nos ama!”, pero ¿qué testimonio estamos dando? ¿Cómo acogemos a estas personas y nos preocupamos de sus intereses, de sus esperanzas?
Vida Pastoral: El anuncio del Evangelio, además de la acción y el compromiso, ¿no debe estar acompañado también por ciertos silencios?
Gustavo Gutiérrez: Por momentos ese es nuestro único recurso. No debemos pretender saberlo todo sobre Dios. Hay gente que habla de Dios como si hablara con él todos los días, y lo sabe todo, todo… Francamente, me parece de suma importancia que hay que saberse callar y decir “no lo entiendo humanamente”. “¿Por qué tal desgracia en mí familia?”... “No lo sé. Sólo sé que a pesar de eso Dios me ama”. Debemos dar testimonio de eso... Creo que hay un sentido de nuestro límite humano que hay que saberlo dar con mucha sinceridad. A veces los cristianos lo sabemos todo y todo lo explicamos. Y luego hay que saber vivir con profundidad, incluso, las pequeñas alegrías de la vida. Soy un convencido de que no hay compromiso con los pobres –en realidad con nadie– si no tenemos amigos entre los pobres. La amistad personal es capital en la opción por los pobres. No es un compromiso contra la pobreza simplemente. Es un compromiso con los pobres que nos mueve a estar en contra de lo que les provoca sufrimiento. Debemos entablar un compromiso con quienes están padeciendo una situación inhumana. A veces hemos hablado de la pobreza casi como algo ideal. Eso es un horror. La pobreza no es austeridad. La pobreza no es comer poco; eso es una dieta… La pobreza es no ser nadie. Y porque no eres nadie, no puedes comer, no te respetan, no tienes trabajo…Y hay que recordar que para Dios cada uno es alguien.
Ésa es nuestra tarea: recordar que toda persona, incluso un criminal, tiene derechos humanos. Es muy duro decirlo, porque la tentación de venganza, incluso en el mundo cristiano, es muy fuerte. La gente a veces responde con la violencia porque cree que es más eficaz. Pero hoy en día, con los medios de violencia que tenemos y de los que casi cualquier persona puede disponer, vemos más claro que no tiene ningún sentido responder con violencia, como no lo tuvo nunca.
Vida Pastoral: ¿Qué reflexión te merece este mundo en donde la invocación a lo religioso, a lo trascendente, a Dios o a los “dioses”, parecen hoy estar sembrando la muerte y también provocando desconcierto en los propios creyentes?
Gustavo Gutiérrez:  Esa es una de las cosas más dolorosas de la actual crisis internacional: este apelar a Dios, al Dios cristiano (al que han apelado como un Dios castigador, que divide el mundo entre buenos y malos) o al Dios de la religión musulmana. Sabemos lo complicado, lo terrible e intolerante que es la violencia...
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Nota: El departamento de Dirección de la revista Vida Pastoral de México agradece a Gustavo Gutiérrez la oportunidad que nos ha dado de compartir su persona y su pensamiento.

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